Rigoberto se acerca al mostrador de la boletería de la terminal de ómnibus para consultar la hora en que sale el ómnibus a Punta del Este, ya que tiene que ir por temas laborales.
—Buenos días, ¿no me diría la hora a la que sale el ómnibus a Punta del Este? Gracias.
—La hora a la que sale el ómnibus a Punta del Este — contesta el empleado.
—Perdón, no me entendió, le pedí si no me decía la hora.
—La hora.
—Disculpe— dijo Rigoberto ya en tono molesto —¿Usted me está tomando el pelo?
—No señor, no me está permitido tomar el pelo de los clientes — le responde el empleado seriamente.
—¿Cómo? Bueno, no importa — dijo Rigoberto tratando de estar calmado. —Empecemos de vuelta, ¿Usted sería tan amable de leer la hora a la que sale el ómnibus a Punta del Este?
El empleado mira el reloj y mira la hora.
—Léala en voz alta por favor — dijo Rigoberto empezando ya a enojarse.
—Ah, ¿quiere que le diga la hora? — le dice el empleado.
—Si, por favor!— dijo Rigoberto muy molesto y con voz fuerte pero sin llegar a gritar.
—La hora. — le responde el empleado seriamente.
—Usted me está tomando el pelo!— grito Rigoberto ya enojado.
—No señor, la empresa nos tiene expresamente prohibido agarrar del pelo a los clientes. Siempre hablando con amabilidad y seriedad el empleado.
—¿Cómo? Y ahora de chistosito!— grita Rigoberto golpeando la palma de la mano contra el mostrador, para luego darse vuelta para tratar de calmarse.
En eso aparece una mujer, se acerca al mostrador para realizar una consulta.
—Disculpe que lo moleste ¿A qué hora sale el ómnibus al Chuy? — le pregunta la mujer al empleado.
—A las 9:35 señora.
—Gracias, es usted muy amable. — responde la mujer y se va.
Rigoberto, queda estupefacto al escuchar la respuesta del empleado y se acerca de vuelta al mostrador.
—Estás de gracioso conmigo. — grita Rigoberto molesto. —¿Por qué le dijo la hora a la otra persona y a mí me dice la hora? — le dijo gritando Rigoberto al empleado. Pero enseguida baja el tono por lo redundante de su pregunta. —Bueno, quiero decir, que a la otra persona le dijo la hora pero a mí me dijo la hora, no sé si me entiende. — dijo Rigoberto, confundido porque sentía que se había metido en un trabalenguas.
—Perfectamente le entendí señor. Usted quiere que le diga la hora en que sale el ómnibus a Punta del Este, ¿no es cierto? — le dijo el empleado con calma y seriedad.
—Si, por fin nos estamos entendiendo. Por favor, dígame la hora. — dijo Rigoberto ya más calmado.
—La hora.
—Ah, no, no, no y no! — grita Rigoberto ya muy enojado volviendo a golpear el mostrador. —Quiero que me diga la hora… pero no quiero que me diga la hora… quiero que me diga los números que dicen… no, no quiero que me diga eso, bueno, quiero que sí me diga pero no que me diga… bueno, si, pero no, eh, yo… sabe que, no me diga nada. — decía Rigoberto, sumamente confundido.
—Como usted quiera señor. — dijo el empleado, siempre calmado y serio.
—A ver, por favor. — decía Rigoberto ya desesperado y angustiado ante la situación vivida. —¿A qué hora sale el ómnibus a Punta del Este?
—A las 10 hrs señor.
—¡Al fin! Muchas gracias! — grita Rigoberto aliviado. —¿Era tan difícil decirme la hora? — dijo más calmado.
—No señor, yo le dije varias veces la hora. — le responde el empleado, siempre de manera seria y amable.
—¿Cómo? Nunca me dijo la hora. — dijo Rigoberto confundido.
—Sí señor, lo hice.
—Qué no, no me dijo la hora. — le responde Rigoberto empezando a molestarse de vuelta.
—Sí señor, se la dije.
—¡Que no, le digo! — dijo Rigoberto en un tono muy fuerte. — Usted me decía solamente la hora.
—Entonces le dije la hora. — responde calmadamente el empleado.
—¿Eh? No entiendo. — dijo Rigoberto, de vuelta confundido ante la situación.
—¿Usted no me dijo que le dijera la hora? — le dijo el empleado.
—Si.
—¿Yo no le dije la hora?
—Disculpe, sigo sin entender. — dijo Rigoberto aún más confundido ante la situación.
—Usted me dijo que le dijera la hora. ¿Qué le contesté yo?
—La hora. — responde Rigoberto.
—¿Entendió?
—Pero yo le dije que me dijera la hora, pero no que me dijera la hora. Bueno… si… no… bueno, está bien, me expresé mal. Le pido disculpas. — dijo Rigoberto ya calmado.
—Disculpas aceptadas señor.
—Bueno, dígame qué hora es, por favor.
—¿Quiere que le diga qué hora es? — le responde el empleado seriamente.
—No, no y no. — responde Rigoberto, con molestia. —Mire, dejémoslo así, no me diga nada. Sólo quiero ir y subirme al ómnibus. — dijo Rigoberto mientras se daba vuelta para marcharse y tratando de no enojarse.
—Señor.
—¿Sí? — Contesta Rigoberto.
—El ómnibus ya se fue.